y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio en el que rendir cuentas a mis días.
Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.
Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.
La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.
No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.
Luis García Montero. Completamente Viernes
Tusquets 1998.
Me encantan los versos que cierran este poema: "No por lo que la muerte me prometa,
ResponderEliminarsino por todo aquello que no podrá quitarme".
En ellos resumen todo el sentido que pueda tener vivir aun sabiendo que siempre habrá un final.
Abrazos
Es verdad, Fátima. En ese viaje también llevamos un equipaje de "árboles encendidos y labios de arena" que nadie puede quitarnos.
ResponderEliminargracias.
Qué hermoso. Gracias.
ResponderEliminarEn broma: "Que nos quiten lo bailao".
En serio: "Los dioses no tiene más sustancia que la que tengo yo" (Juan Ramón Jiménez).
La existencia tiene trascendencia en los demás, en lo que tú dejas en los demás, eso se perpetúa y el arte, aparte de vanaglorias mundanas, consigue traspasar lo terreno, es indudable, pero, ay, el amor, "única luz del mundo" (Cernuda), es la trascendencia en la Tierra.
Abrazos. Sevilla.