jueves, 18 de junio de 2015

Aeternum. Memorias de un joven inmortal

Aeternum. Memorias de un joven inmortal
Miguel Ángel Mendo
Anaya 2007
+15



Todos hemos fantaseado alguna vez con vivir eternamente. Sobre todo a esa edad en la que la vida nos sonríe y nosotros a ella, en la que apenas notamos los estragos de tres noches seguidas de juerga. Pero, ¿realmente merece la pena vivir para siempre? Novelas, canciones, poemas, pinturas… han reflexionado sobre esta cuestión desde hace siglos.
Aeternum da su particular respuesta en forma de memorias de un joven de cuatrocientos años. A través de sus reflexiones y aventuras, le vemos pasar por la euforia de saberse inmortal y disfrutar de los beneficios de su condición; pero también sufrir el tedio de lo que nunca se acaba y el peso de lo perenne. Y todo esto le lleva a la conclusión de que, para que una vida sea completa, es necesario que termine.
La muerte es lo que da sentido, lo que llena de intensidad, pasión, emoción, dolor, amor, alegría, lágrimas... a la vida. Sólo lo efímero, lo impermanente, está realmente vivo. Una vida sin fin pierde su intensidad, es como una cuerda de violín destensada. No suena, Ni siquiera desafina. Y es que la eternidad resulta muy aburrida. Y no basta con lo que el protagonista llama “muertes en miniatura”, cambios de escenario, “pues en ningún sitio puede estar mucho tiempo alguien que no envejece”. Estas no se llevan consigo los recuerdos, como hace la “muerte fetén”, la que lo borra todo.
Una novela que reivindica el valor de lo que se acaba, del olvido. Que nos descubre que es posible empacharse de vida y que esta es más sabrosa cuando sabemos que tiene un final, aunque cuando llegue pensemos que no hemos podido disfrutar intensamente de todos sus sabores. Esa consciencia es la que permite al protagonista de Aeternum llegar al Final -así, con mayúscula- con el ánimo “mejor y más dulce que nunca había imaginado en mi vida”. Y lo dice alguien que ha tenido cuatrocientos años para imaginar.
Reseña publicada en revista Adiós nº112