Aeternum. Memorias de un joven inmortal
Miguel Ángel Mendo
Anaya 2007
+15
Todos
hemos fantaseado alguna vez con vivir eternamente. Sobre todo a esa
edad en la que la vida nos sonríe y nosotros a ella, en la que
apenas notamos los estragos de tres noches seguidas de juerga. Pero,
¿realmente merece la pena vivir para siempre? Novelas, canciones,
poemas, pinturas… han reflexionado sobre esta cuestión desde hace
siglos.
Aeternum
da su particular respuesta
en forma de memorias de un joven de cuatrocientos años. A través de
sus reflexiones y aventuras, le vemos pasar por la euforia de saberse
inmortal y disfrutar de los beneficios de su condición; pero también
sufrir el tedio de lo que nunca se acaba y el peso de lo perenne. Y
todo esto le lleva a la conclusión de que, para que una vida sea
completa, es necesario que termine.
La
muerte es lo que da sentido, lo que llena de intensidad, pasión,
emoción, dolor, amor, alegría, lágrimas... a la vida. Sólo lo
efímero, lo impermanente, está realmente vivo. Una vida sin fin
pierde su intensidad, es como una cuerda de violín destensada. No
suena, Ni siquiera desafina. Y es que la eternidad resulta muy
aburrida. Y no basta con lo que el protagonista llama “muertes en
miniatura”, cambios de escenario, “pues
en ningún sitio puede estar mucho tiempo alguien que no envejece”.
Estas
no se llevan consigo los recuerdos, como hace la “muerte fetén”,
la que lo borra todo.
Una
novela que reivindica el valor de lo que se acaba, del olvido. Que
nos descubre que es posible empacharse de vida y que esta es más
sabrosa cuando sabemos que tiene un final, aunque
cuando llegue pensemos que no hemos podido disfrutar intensamente de
todos sus sabores. Esa
consciencia es la que permite al protagonista de Aeternum
llegar al Final -así, con
mayúscula- con el ánimo “mejor y más dulce que nunca había
imaginado en mi vida”. Y lo dice alguien que ha tenido
cuatrocientos años para imaginar.
Reseña publicada en revista Adiós nº112
No hay comentarios:
Publicar un comentario