Jürg
Schuiberg/Rotraut Susanne Berner
Lóguez Ed.
2013
+5
Esta
historia está ambientada en un lugar donde hubo un tiempo en el que
no conocían a la Muerte. Por eso, aquello
que podía construirse se mantenía hermoso y entero, y
no
necesitábamos darnos los buenos días porque todos los días eran
buenos. Esta
situación idílica se trunca cuando aparece un viajero como otro
cualquiera que tropieza y ha de quedarse a descansar y recuperarse
una noche. Y este pequeño incidente lo cambia todo de manera
dramática.
Explícito y crudo en una
primera lectura, este álbum ilustrado trata con exquisita sutileza
las múltiples caras de una vida con sentido, viva. La Muerte rompe
la calma insípida del lugar y con ello enseña a sus habitantes a
sentir. En las primeras ilustraciones vemos a unos personajes planos,
fríos, que no expresan absolutamente nada en su “mundo feliz”
hasta que la aparición de la Muerte los despierta. Y es un despertar
suave, sutil, que se manifiesta en que los dibujos empiezan a
moverse, a interactuar, a sufrir y, poco a poco, expresar emociones
con sus rostros. La siniestra viajera trae a ese lugar aparentemente
idílico el sufrimiento, pero también la compasión y el consuelo.
Llega la vida con sus claroscuros.
Después
de una lectura reposada del texto y de los dibujos, aprendemos que el
hecho de que las cosas se acaben, marchiten, rompan, es, al mismo
tiempo lo que demuestra que están vivas. Si moriremos algún día es
porque estamos vivos. Saber que tenemos un final nos permite
disfrutar del día a día y del otro, preocuparnos por su salud y
desearle un buen viaje. La otra opción, aparentemente feliz, es una
existencia hueca, de muerto viviente, sin sentido ni sentidos. Sin
vida. Si queremos vivir, es preciso asumir que somos “vivos
murientes”.
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